miércoles, 14 de noviembre de 2012

Día 39 - “Íbamos a correrlos para que se fueran y no volvieran más” (13/11)

Cuando parecía que la jornada de hoy se reduciría a tres testigos de actuaciones, uno de ellos patético, y un comisario retirado que mostró la hilacha azul, el abogado Igounet anunció que su defendido, el picaboleto Guillermo Uño, quería declarar. El hombre, de 57 años, se acomodó frente al micrófono y arrancó contando que se enteró de la movilización “por casualidad”, porque otro picaboletos de la estación Claypole le dijo que iba, y él pensó: “¿por qué no puedo ir yo, si estoy en contra de los cortes de vías?”. Entonces, se fue con él a la casa del delegado de su sector, Dotta, y, los tres, siguieron en el mismo auto hacia la estación de Avellaneda.

No se preocupó por sus jefes, porque, como explicó: “Si me da el OK el delegado, el encargado o el supervisor no pueden decir nada. El delegado en el trabajo es palabra mayor, si tengo la orden de él, ya está”. Bien clarito, cómo juega la burocracia con la empresa.

Haciendo que los demás defensores se agarraran la cabeza, Uño se volvió verborrágico, y se despachó. “Había un grupo de la gente manifestante que venían por abajo con una pancarta que decía tercerizados, caminando como hacia el puente. Había chicos, mujeres, banderas de distintos colores. Nosotros éramos muchos más, como 150. Al llegar al puente Bosch, vimos que algunos se mandaron a la vía. Eran unos 5 o 7 muchachos que subieron. Ahí los corrimos, les tiramos piedras, ellos también nos devolvían, pero nosotros tiramos más. Tanto que les tiramos que se bajaron”.

Después de esa descripción del primer ataque, fue el turno de desesperarse de los defensores de los policías. “Había 2 patrulleros que nos separaban de ellos, después no los vi más”.

Todo el detalle que desplegó para contar la previa, se esfumó cuando llegó al momento en que la patota bajó de las vías, aunque reconoció que “ellos se van como para atrás, se van como para Chevallier”, y terminó admitiendo que los manifestantes estaban a más de 300 metros, tanto que veía la bandera abierta, pero no a la gente con claridad.

Dio vueltas para avanzar hacia el momento del ataque final, mechando comentarios totalmente prescindibles, como la explicación de que no comió nada, porque “si como al mediodía, soy de ir al baño”, cosa que, obviamente, a nadie interesaba.

Hasta que, finalmente, arrancó con el tramo final. “Ya éramos como 200. Los otros estaban lejos, tenían la bandera desplegada, a 3 cuadras se ve. La gente decía que podían volver. Yo lo vi a Harry abajo, lo conocía de chiquito de la cancha. Lo vi al gordo Toretta, el delegado de Escalada, sentado en el puente. Muchos querían arrancar para seguir a esta gente. Iban a buscarlos para correrlos. Yo también hice gestos para que bajaran de la vía, para que los corriéramos, que se vayan lejos y no vuelvan más”.

Hecha la confesión, vino el intento de afirmar que “hice el amague de correr, pero me quedé porque tenía miedo”, cosa que los videos contradicen, cuando lo muestran a la cabeza de la corrida. Y de negar toda participación en el crimen, pasó a querer hacerse el bueno, pidiendo perdón a la mamá de Mariano.

Con bastante dificultad para organizar sus ideas, sin embargo dejó varios datos importantes. De su primer abogado, Octavio Aráoz de Lamadrid, hoy procesado por tratar de coimear a los camaristas de casación para excarcelar a la patota, dijo: “A Aráoz de Lamadrid me lo mandó el gremio”, igual que después le pusieron a Igounet, que, como lo prueban las escuchas telefónicas, se reporta, no a la familia de su defendido, sino a la conducción de la UF.

Habló del acto en River, de los asados de la lista verde, de los delegados que convocaron, y cerró diciendo “soy re-inocente”. Francamente, nadie le creyó.

Dos testigos y un gran buche

La mañana había comenzado con la declaración de Omar Aquiles Molina, empleado de Chevallier que vino a ratificar el secuestro de vainas en la esquina de la empresa.

Luego declararon Franco Maximiliano Alfonso y Javier Gastón Morasole, que fueron testigos del allanamiento en el departamento de policía de Moreno 1550, cuando se obtuvieron copias de varios libros de registros policiales. Mientras el segundo ratificó su firma y recordó que se sacaron fotocopias de unas hojas que él verificó que eran iguales a las secuestradas, el primero juró que no estuvo en el procedimiento. Como tantas veces hemos visto, uno más de esos grandes buches, generalmente –como éste- vecinos de la comisaría en cuestión, siempre dispuestos a servir de testigos cuando hace falta.

El camarada Lompizano, entrenado en EEUU

“Conozco al comisario Lompizano, es un camarada con el que hice un curso de antiterrorismo en EEUU”, arrancó el comisario general retirado Alejandro Alberto Hayed, y los que sabemos pensamos en la ILEA.

El capacitado comisario fue el encargado de labrar el sumario administrativo a sus “camaradas”, pero evidentemente ahora, retirado, no quiere problemas. Dejó la gorra en el perchero de la entrada, y mandó a sus colegas con pitos y cadenas.

Por turno, se ocupó de tirarle salvavidas de plomo a todos: al comisario Ferreyra, al comisario Mansilla, al subcomisario Garay, y a su “camarada” del curso imperial, el comisario Lompizano, y sus subordinados, los oficiales Conti y Echavarría. El único que zafó fue el agente Villalba, al que Hayed llamaba “el chico éste”, tratando de minimizar su responsabilidad al grito de obediencia debida.

Lo concreto fue que todo lo que hizo –y no hizo- la policía el 20 de octubre fue “fuera de protocolo”, al punto que el comisario llegó a decir: “Estamos hablando con el resultado, no sabemos qué hubiera pasado si la policía intervenía, sabemos lo que pasó porque no intervinieron”.

Habló de que las decisiones se toman “según el temperamento” de cada jefe policial, y hasta se hizo el chistoso, cuando el fiscal Gamallo lo inquirió: “¿Qué debía hacer la Federal cuando la movilización pasó a la ciudad de Buenos Aires?” y el comisario retrucó: “¡...ésa es una buena pregunta...!”.

“No vi cosas raras”

Así contestó el policía Hugo Guillermo Maldonado, de la 30ª, que desde la mañana estaba en la zona, y a las 12:00 comenzaba su turno de vigilancia en la parada de Luján y Santa María del Buen Ayre.

“Vi venir un grupo que iba sobre las vías y otro por abajo, yo quedé en medio de los dos, cuando el segundo grupo ocupa la calle Luján a lo ancho, toqué el silbato porque por ahí pasan colectivos, pero hicieron caso omiso. Eran unos 40 o 50. Pedí apoyo por celular, al comando, porque se insultaban con el otro grupo de arriba de las vías, se tiraban piedras, eran las 12:05. Entonces llegaron los tres patrulleros de la comisaría 30ª, con el subcomisario Garay, que me mandó a una cuadra a desviar el tránsito. Al rato miro para atrás y veo un grupo de gente corriendo que eran los del Roca, los de las vías, hacia Santa Elena”.

El Dr. Freeland acometió por su lado más amable:

- ¿Vio gente con caras tapadas?

- No.

- ¿Vio que llevaran palos?

- No, tenían los de las banderas, cosas raras no vi, lo desilusionó el policía.

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