viernes, 21 de septiembre de 2012

Día 19 - "Peguen abajo de la cintura" (20/9)

La sala enmudeció tan solo con su presencia. Caminó delante de la patota clavándole la mirada a cada uno de sus integrantes. Lo hizo con el paso seguro, convencido, con sus dos manos en los bolsillos del camperón de ferroviario, que lucía con legítimo orgullo.
Omar Merino trabaja en la estación Avellaneda del Ferrocarril Roca. Integra la agrupación Causa Ferroviaria, opositora a la Verde de Pedraza y al cuerpo de delegados que encabeza Pablo Díaz. "... Venimos luchando junto a los tercerizados, a quienes consideramos ferroviarios, contra la entrega de la burocracia sindical de la Verde para quienes hay ferroviarios y gente que trabaja en el ferrocarril".

Contó que el día del asesinato de Mariano, desde temprano, en la estación, observó "movimientos de inteligencia" encabezados por Pablo Díaz junto a un tal Marcelo - guarda nocturno- a quien, modulando por handy, le oyó decir "peguen abajo de la cintura".

Contó que llegaban muchos ferroviarios traídos desde los Talleres de Escalada, que prácticamente coparon la estación, que fueron durísimos con él y lo hostigaron con todo tipo de provocación. Terminado su horario de trabajo, junto a una compañera fue en busca de sus compañeros. Cuando llegó al Puente Bosch, ya girando por calle Luján, vio dos grupos de patoteros, uno ocupando el puente sobre las mismas vías y otro debajo sobre las calles (sumaban más de cien agresores). En simultáneo, dos patrulleros cortando "como en barricada" la calle, con 4 ó 5 policías presuntamente impidiendo el paso de la patota hacia la movilización que se hallaba a unos trescientos metros.

Se unió a los compañeros que quedaban y que ya habían empezado a desconcentrar, cuando observó que se venía la patota corriendo en dirección a ellos. Formaron un cordón de seguridad, para defenderse, cuando a poco más de 20 metros, los agresores comenzaron a tirar de todo. Se escucharon explosiones muy fuertes. "Fue una locura", la única manera de intentar pararlos era correrlos a ellos. Zigzagueando para no recibir piedrazos, de pronto vio a un tirador que disparó de frente un tiro y hacia sus costados otros tantos, para después empezar a correr hacia las vías. El fue detrás sin alcanzarlo.

En la corrida observó que ahora los mismos patrulleros de la policía federal que antes cortaban la calle, ahora estaban en paralelo a ambos cordones, con suficiente espacio para que pasara mucha gente corriendo. Los mismos efectivos que vio al principio a un costado y un "jefe" de traje negro que hablaba con handy (el subcomisario Garay), que al ser increpados por él y sus compañeros no les contestaron. Contó que vio a compañeros heridos en sus piernas, vehículos rotos y hasta un cartucho rojo de escopeta (los rojos contienen postas de plomo) a un lado del cordón. El ruido era infernal. "¿Por qué dejaron que estos tipos hicieran tanto daño?" es la pregunta que les hizo aquella vez y que repitió en la audiencia.

En algún momento de su declaración, el tribunal le pidió que no se dirigiera a los imputados como "patoteros". Con la lógica e inteligencia de un trabajador el testigo preguntó: "¿Y cómo quiere que los llame? puedo llamarlos asesinos entonces...".

Para no ser menos, la defensa de uno de los tiradores, el barra brava con contactos K, Favale, pidió que constara en actas que, al pasar hacia el estrado, el testigo miró de mala manera a su defendido. Desde el mismo tribunal, se dijo: "Sus razones tendrá, podría Ud. preguntarle". Nunca lo hizo.

Después, Merino enseñó cómo es la verdadera vida gremial frente a la lista Verde de Pedraza: "Sólo podés presentar lista si sobrevivís a los aprietes de los jefes y de la burocracia. Pedraza-Fernandez- Diaz deciden de arriba para abajo. No hay asambleas, no se discute. Pedraza es la contradicción mayor: supuestamente está para defender a los trabajadores, pero realmente los negrea. Nadie quiere llegar al corte, es el último recurso de un proceso de lucha, pero las empresas no dan respuesta y desde el sindicato te mandan a la patota que terceriza la represión".

La solidez de su relato, la veracidad de sus dichos, fueron tan contundentes, que todos los hostigamientos de las defensas (incluída la vileza de un presumido profesor picapleitos) no pudieron desdecirlo. Es el relato de un protagonista, no de un espectador. No vio lo que contó, además lo vivió. Por eso, sobre el final, al sentarse frente a los videos que se pasaron, reconoció a los patoteros y el lugar por dónde él mismo los corriera, con la mirada embargada, pero con la misma actitud de seguridad y firmeza que tuvo ocho horas antes.

Antes y después, chicanas y recursos de quienes buscan, afanosamente, tapar el sol con las manos.

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