lunes, 17 de septiembre de 2012

Día 17 - La patota, la barra brava y el FPV (17/9)






"Uño era mi vecino en Florencio Varela, hasta que pasó esto yo saludaba a toda la familia... él vendía caramelos en la estación Ceballos, consiguió entrar al ferrocarril y enseguida metió a toda la familia, la mujer, los hijos... uno de los hijos es de la barra brava de Defensa y Justicia... la hermana es una puntera del Frente para la Victoria en el barrio, los micros con gente para las movilizaciones del gobierno salen de la puerta de su casa..."


Así contestó el militante del Partido Obrero Edgardo Mari después que el presidente del tribunal le preguntó si conocía a alguno de los imputados, revelando otro aspecto de la relación inescindible entre la patota de la UF, el partido de gobierno y el grupo de choque de Favale.


Antes, Edgardo había relatado que llegó a Avellaneda a las 9 y media de la mañana para sumarse a la marcha de los tercerizados, que arrancó un buen rato más tarde, entre las miradas amenazantes de los hombres de la Lista Verde que estaban en la estación, por lo que, para evitar provocaciones, trataron de dar un rodeo. Pero la calle estaba cortada y retomaron la calle Bosch, que bordea la vía. Cantando consignas por las reivindicaciones de los tercerizados, y escoltados por un cordón de policias de infantería, llegaron al puente Bosch. A pocos metros, y cuando no se veía a la patota, un grupo de tercerizados trató de subir a las vías, pero sólo llegaron dos o tres que debieron bajar enseguida, porque apareció la patota que les lanzó una lluvia de piedras.


"Replegamos sobre Luján, tratando de distanciarnos lo más posible. Nancy recibió un piedrazo que le cortó el cuero cabelludo, Elsa un golpe en el brazo, y la policía nos disparó con balas de goma. Vi a Lisandro que corrió hacia el policía que disparaba y le gritó que no nos tirara". Unos 300 metros más adelante, en un puesto de choripan al paso, le pidieron agua y hielo al parrillero, que solidariamente los auxilió. Mientras tanto, los tercerizados hicieron una asamblea. Una hora después, más o menos, cuando apenas quedaban unos 60 o 70 compañeros, empezaron a retirarse hacia la avenida Vélez Sársfield. "En ese momento veo que empiezan a descender los que estaban arriba y corren hacia nosotros. Sobre Luján había dos patrulleros, pensé que les iban a impedir el paso, pero uno se corrió y les abrió el paso. Como venían a la carrera y en algún momento nos iban a alcanzar, un grupo de compañeros armamos un cordón. Cuando el otro grupo estuvo a unos 50 metros, llovieron piedras y palos. De pronto escuché como 7 detonaciones, y me dí cuenta que eran armas de fuego porque al lado mío estaba un tercerizado, después supe que se llama Pintos, que gritó 'Ay' y vi que tenía una herida en la pierna, le vi la carne cortada, era una bala de verdad. Miré hacia los atacantes y vi una persona apenas más baja que yo, con ropa oscura, en la mitad de la calle hacia la derecha, de pelo corto, con la mano extendida y disparando". La descripción y la ubicación en el grupo atacante coinciden con Gabriel Sánchez, el "Payaso".


"Cuando ellos empezaron a retorceder, algunos les salimos corriendo atrás. Yo llegué hasta donde estaba la policía, la patota ya los había pasado y algunos subían las vías. No me acuerdo si había uno o dos patrulleros, sí que eran cuatro policías, uno de traje oscuro, flaco y alto, que hablaba por teléfono y no nos daba pelota, ni miró la herida del tercerizado. Éramos cuatro los que llegamos y les gritábamos 'Uds. van a tener que rendir cuentas, los dejaron pasar'. Entonces otro compañero me agarró del brazo y me dijo 'Si los dejaron pasar una vez los van a volver dejar pasar, vamos', y nos fuimos".


Al acercarse al resto del grupo supo de las heridas de Mariano, Elsa y Nelson, situación que no pudo relatar sin que la emoción y la bronca le quebraran la voz. Antes de terminar su testimonio, reconoció a Uño en las fotos que le exhibieron de la patota sobre las vías.


Un rato antes había comenzado la audiencia con el testimonio de Félix Leonardo Wul, médico y militante del PO que llegó tarde a la movilización, por lo que estacionó su auto sobre la calle de la vía y pasó caminando entre la patota que estaba en las vías y la policía que cortaba Luján. Una vez terminada la asamblea, Leonardo ya casi llegaba a la avenida cuando oyó los gritos que señalaban que "se venía la patota". Minutos después, oyó varias detonaciones, y Elsa cayó herida a unos 20 metros de él. "Tenía una herida de arma de fuego en la zona frontoparietal izquierda, sangrante, con pérdida de conocimiento. Enseguida me llaman porque a una cuadra estaba caído Mariano, que tenía una herida en el hipocondrio derecho. Ya no tenía pulso, estaba en estado desesperante. El 911 daba ocupado y milagrosamente pasa una ambulancia. Yo hablé con el chofer, le dije que soy médico y cargamos a los tres heridos".

Luego ingresó José Alberto Spengler, chofer de Chevallier que llegaba, manejando un colectivo, por la calle Perdriel y dobló por Luján justo al inicio del ataque. En un principio, de manera más que reticente, negó haber visto otra cosa que gente sentada en la vereda. Dejó bien claro su desprecio por los trabajadores movilizados, al punto de decir cosas como "Donde hay manifestaciones no se curten cosas buenas". Confrontado con su primera declaración, terminó admitiendo que un policía de uniforme, al que conoce porque siempre custodia la cuadra d ela empresa Chevallier, fue el que le indicó que estacionara el micro, y que ambos se cubieron bajo el colectivo cuando llegó la patota. Reconoció que escuchó una docena de disparos, y que vio cómo los hombres del primer grupo, el atacado, indicaban a las mujeres y chicos que se fueran, mientras un grupo de ellos formaban una línea para defenderlos. Después, vio a los integrantes dle grupo atacante "hurgar el pasto", como si buscaran algo (las vainas servidas).


Finalmente, Fernando Ezequiel González, el chofer de ambulancia, contó que iba a cargar nafta cuando uno grupo de personas lo paró, y le pidió que cargara unos heridos. Él no quería porque no tenía médico a bordo, pero entendió la desesperación en un momento semejante, y enseguida llegó un señor que le dijo que era médico y se hacía responsable del traslado. En los diez minutos que insumió subir a Elsa y Mariano, y que subiera Nelson, no vio un solo policía. Recién ya iniciada la marcha, por a calle California, cruzó una moto policial estacionada, y el muchacho le pidió que lo ayudara a abrirse paso, ya que la ambulancia tenía la sirena quemada.


Para no faltar a la costumbre, el abogado Freeland, defensor del "Gallego" Fernández, intentó acusar al compañero Mari por falso testimonio, cosa que hace cada vez que un testimonio pega en la línea de flotación de las defensas. El planteo, como ya sucedió varias decenas de veces con cuestiones similares, quedó diferido para cuando llegue el momento de los alegatos y sentencia.

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