martes, 11 de septiembre de 2012

Día 15, 11 de septiembre: Blooper, milonga de la gorra, y dos comisarios en apuros. (11/9)

1. El blooper del policía equivocado

La jornada nº 15 arrancó con un fenomenal blooper procesal. Se anunció al testigo Diego Rivas, subinspector de la División Computación de la PFA. En el interrogatorio preliminar, tras prestar juramento, dijo que, de los imputados, sólo conocía al principal Conti. La fiscal Jalbert inició el interrogatorio, pidiéndole que relatara en qué procedimientos o investigaciones de la causa intervino. “En ninguna”, dijo con algún desconcierto el policía. La fiscal insistió, preguntando por allanamientos, seguimientos, consignas… y nada. El aturdido policía intentó ayudar: “A veces hago adicionales en el tren, ¿me habrán llamado por eso?”. Hasta que el presidente del tribunal le preguntó “¿Ud. es Diego Sebastián Ribas?” –“No, señor, ése es de la comisaría tercera, yo soy Diego Gastón Rivas…”. Le agradecieron su presencia, y se fue…

2. La milonga de la gorra


Después vino el breve testimonio de los policías federales Fabrizio Vergara y Verónica Barraza, que intervinieron, ellos sí, en tareas de inteligencia para ubicar domicilio y teléfono de José Pedraza, y siguieron al ex agente de la SIDE y actual empleado de la Presidencia de la Nación, Juan José Riquelme, en sus idas y venidas a la Unión Ferroviaria para la época en que se tramaba el intento de coimear a los jueces de la Cámara de Casación, delito por el que ambos, junto al ex juez federal y ex defensor del picaboletos Uño, Octavio Aráoz Lamadrid; el funcionario judicial Luis Ameghino Escobar y el tesorero del Belgrano Cargas, Ángel Stafforini, acaban de ser procesados.


Y cuando parecía que íbamos a tener un largo cuarto intermedio, pues hasta las 13:00 no había otros testigos convocados, el defensor del “Gallego” Fernández pidió la palabra, y volvió a la carga con el asunto de la caracterización de los testigos protegidos, planteando la nulidad del testimonio de Claudio Díaz, porque declaró usando una gorrita con visera. Nuestra querella pidió el rechazo del planteo desde la lógica más simple, ya que una gorra no impide valorar el lenguaje corporal en su conjunto, ni opaca o distorsiona la voz, señalando que sólo la desesperación de las defensas por la abrumadora prueba que sigue cayendo sobre los imputados explica semejante pérdida de tiempo para discutir si la sombra de la visera estaba en un ángulo que impedía ver la cara o no. También la fiscalía y la querella de la mamá de Mariano se opusieron al absurdo reclamo, y el tribunal lo rechazó con una contundente apelación al “sentido común”. Pero como todas las defensas hicieron reserva de recurrir en Casación, la milonga de la gorrita todavía tendrá un par de compases más.

3. Dos comisarios en apuros

Lo que vino después fue una inolvidable muestra de los que es la policía, llámese bonaerense o federal. Dos comisarios, uno de cada fuerza, entraron como testigos, y, por lo menos para nuestra querella, se ganaron un lugarcito en la larga lista de los que no están, pero deberían haber sido juzgados, y que imputaremos formalmente en el alegato.


El primero fue el comisario inspector Eduardo Catalán, titular de la comisaría 30ª de la PFA. En su breve relato libre se limitó a contar que se enteró que hubo un homicidio “a posteriori” (sic), que oyó modulaciones de comando de que había “incidencias” (sic) cerca del puente Bosch, que como su jurisdicción abarca el Puente Pueyrredón se mantuvo atento por si iban para ahí, y que mandó al oficial Ortigoza, de la brigada de su comisaría, “en observación” (sic).


Dijo que no mantuvo mucho contacto con su subordinado, y que no recordaba nada más. Al comenzar la ronda de preguntas, en lugar de “si” o “no”, por ejemplo, si se le preguntaba “¿Recibió alguna comunicación?”, contestó, una y otra vez, “Interpreto que sí, señora”. Acuciado por las preguntas, y hasta por el presidente del tribunal, que perdió la paciencia y le dijo “no interprete más, conteste sí o no”, terminó recordando que pasada la una de la tarde oyó “modulaciones informando que un grupo había bajado del terraplén y se había ido sobre los que estaban en Luján con el fin de agredirlos, por lo que decidió ir al lugar”. Claro que no se acordó por dónde llegó, ni si vio al subcomisario Garay o si lo escuchó.


Después fue hasta la avenida Vélez Sarsfield, donde observó a los manifestantes hasta que tomaron varios colectivos 37 y se fueron. “Gritaban que había heridos, que los cagaron a tiros, estaban enojados”, dijo. “¿Ud. qué hizo cuando escuchó eso?”, preguntamos. –“Nada, no me constaba, eran sólo sus dichos, no teníamos elementos para pensar que había heridos…”.


Las respuestas del comisario a las siguientes preguntas lo fueron colocando tan al borde de la autoincriminación, que comenzaron las protestas de los defensores. Sin embargo, ellos mismos –en especial los defensores de sus colegas policías- lo dejaron igual de mal parado cuando le leyeron las transcripciones de sus propias modulaciones radiales, de donde surgía que toda la policía sabía, minutos después del ataque, que había heridos de bala, y nadie ordenó detener a los agresores. El comisario Catalán se fue más nervioso todavía de lo que entró, y con razón.


La perfomance del federal, sin embargo, quedó opacada por su par bonaerense, el comisario Héctor Fernando González, titular de la comisaría 1ª de Florencio Varela. De entrada nomás, a la pregunta ritual sobre si conoce a alguno de los imputados, contestó: “A Cristian Favale, porque era de la barra brava de Defensa y Justicia, lo conozco de hacer el acompañamiento de la hinchada o cuando me reunía con los referentes de la hinchada para coordinar las salidas como visitantes o el ingreso a la cancha”.


A lo largo de su testimonio, y pese a su esfuerzo por relativizar los hechos, fue saliendo la historia. No sólo él conocía a Favale, también su segundo, el subcomisario Romero, y otros policías de la dependencia. El comisario sabía que era remisero y sabía en qué agencia trabajaba porque “uno de los muchachos comentó que vendía unos buzos, tipo Kevingston, estaban buenos, y le fuimos a comprar”. Por eso, cuando una comisión de la policía federal llegó a la comisaría de Varela buscando a Favale, el comisario fue a esa remisería, y le dejó un mensaje a su amigo Harry con la recepcionista. Al rato, Favale lo llamó a su celular. Como el comisario dijo que no recordaba gran cosa, salvo que le recomendó entregarse, se le leyó la transcripción de la llamada, que fue grabada:


-Soy Harry


- Te están buscando por el problema ese de Capital, para mí te tenés que entregar. Decime dónde estás que te voy a buscar, o te lo mando a Romero.


- Acá hay tipos grosos metidos, ellos no quieren caer en cana, me quieren engarronar a mí. Primero tengo que arreglar los beneficios míos.


- ¿Vos estuviste?


- Es al pedo que te diga que no, si yo estuve, yo estuve ahí, pero el que tiró es el que está escrachado en primer plano, tiene un Focus el vago. Ellos me quieren poner un abogado, pero yo digo vamos todos, yo empiezo a contar de la plata que me dan y ellos se van a querer matar.


Luego, la fiscalía le preguntó por Walter Romero, el subcomisario, que la mañana del 20 de octubre de 2010 le informó que interceptó un auto con nueve personas, a los que hizo bajar para identificar. Romero recibió entonces un llamado de Harry Favale, que le dijo que eran sus amigos, que iban a un acto en Avellaneda y que los iba a buscar. Llegó con otyro auto, se repartieron y el subcomisario los dejó ir sin más. El comisario nunca relacionó ese hecho con lo ocurrido horas después en Barracas.


Cuando el presidente del tribunal nos cedió la palabra para interrogar al testigo, dijimos: "No tenemos preguntas..." y por lo bajo, agregamos: "... tenemos imputaciones...".

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