viernes, 28 de septiembre de 2012

Día 21, 27 de septiembre. Anécdota - “Algunos delegados gremiales son trabajadores…” - “Pertenezco a la organización Quebracho pero no tengo la capacidad para tirar piedras” – “Un ataque artero y criminal” -“Tuvieron que matar a Mariano para que nos reconocieran como ferroviarios”.

Anécdota

“Hoy tiene que declarar Víctor Amarilla, que es conocido como un hombre peligroso, y pertenece al SITRAIC, un desprendimiento de la UOCRA igualmente violento”, arrancó, antes que ingresara el primer testigo, el defensor del “Gallego” Fernández, el abogado Freeland, para rematar con el pedido de que, cuando llegara el turno del compañero, declarara con custodia policial.


Nuestra compañera Verdú, después de señalar que el SITRAIC es el sindicato de trabajadores de la construcción que a diario debe enfrentar las agresiones y ataques de la burocracia de los grupos de choque del burócrata y ex espía de la dictadura Gerardo Martínez, del mismo paño que Pedraza y Fernández, y tras informar que CORREPI ha colaborado tanto en la campaña por la libertad de Carlos Olivera como en la denuncia penal contra el sindicalista favorito de Cristina Fernández, arrancó carcajadas del público al proponerle a Freeland que, para conjurar su miedo al compañero Amarilla, se sentara a nuestro lado durante su declaración, así no le pasaba nada…

1. “Algunos delegados gremiales son trabajadores…”

Desestimada la chicana del atildado defensor, se alteró la lista de testigos, pues estaba en la antesala José Luis García, testigo protegido que fue jefe de administración de personal y liquidación de haberes de UGOFE desde 2007 hasta que fue forzado a renunciar en junio 2009.


García explicó que, por el cargo que ocupaba, tenía acceso a las planillas de los subsidios remitidos por la secretaría de Transportes para pagar los salarios del personal de UGOFE, así como a los sueldos efectivamente liquidados y pagados. Así se dio cuenta que había diferencias en menos entre su propio salario y lo que la empresa recibía para pagar su cargo, y que lo mismo sucedía con los demás trabajadores no convencionados, es decir, no afiliados a la Unión Ferroviaria, a La Fraternidad y a Señaleros.


“Con el 80% del personal había diferencias. En el caso de los no convencionados la diferencia era del 25 al 30 %. En el caso de los convencionados se liquidaban ítems que no correspondían y que no llegaban al trabajador; o se liquidaban sueldos de personas que nunca trabajaron y todos los meses cobraban”, dijo.


En 2008, García reclamó a sus jefes por su propia situación, que le contestaron que era “una orden de la secretaría de transportes”. Como el empleado jerárquico siguió reclamando, y hasta presentó una denuncia ante el ministerio de Planificación, fue citado por Pedraza, además de tener varias reuniones con Fernández y una con el secretario de Transporte Ferroviario, Antonio Luna. El mensaje conjunto de los burócratas, los directivos de UGOFE y el funcionario oficial fue claro: “Dejate de joder y renunciá”. Y para que se callara la boca, le dieron una “bonificación especial” de $28.000.


El testigo también contó cómo era el mecanismo de ingresos a UGOFE: “Venía un listado firmado por Antonio Luna o Fernández por la UF, o por Sosa de La Fraternidad, y era automático, no había ningún estudio de qué personal entraba, no se buscaban calificaciones, entraba el que decía la UF. Llegaba el listado, se hacía el preocupacional, y adentro”. A veces llegaban listas de 300 o más personas, y él preguntaba “¿Dónde los metemos?”, porque no tenían calificación alguna, o los puestos estaban completos, y la respuesta era que tenían que entrar, aunque luego muchos no trabajaban realmente.


“Nunca se liquidaban sueldos de las categorías más bajas, como limpieza, porque esas tareas las hacían los tercerizados”,agregó, “cuando llegaba la época de pago se acercaba la gente a preguntar lo que debía cobrar por su tarea, porque personal ferroviario de la misma línea u otras cobraba mucho más por hacer lo mismo”.


Luego dio detalles sobre la forma en que funcionaba, como verdadera socia de la patronal, la Unión Ferroviaria, y cómo, ante cualquier reclamo, la respuesta que recibía era “es orden de Pedraza”. Y dejó claro el rol de esos burócratas disfrazados de representantes de los trabajadores: “Algunos delegados gremiales son trabajadores”. No los de la Unión Ferroviaria.

2. “Pertenezco a la organización Quebracho pero no tengo la capacidad para tirar piedras”.

La compañera Dora Martínez, de la CTD Aníbal Verón – MPR Quebracho, revivió los hechos desde que llegó a Avellaneda por la mañana, hasta el ataque pasadas las 13:30.


“De arriba de la vía nos puteaban, nosotros no queríamos contestar las provocaciones, cantábamos. Al llegar al puente, vi que una parte de adelante de la columna intentó subir a la vía, pero así como quisieron subir bajaron, porque llovían las piedras. Nos desparramamos, y quedé atrapada con otras dos compañeras, una era Elsa, que tenía un piedrazo en el brazo, la otra estaba lastimada en la cabeza. Los compañeros nos rescataron mientras la policía nos reprimía y nos fuimos unas dos cuadras más adelante, donde había un puestito de choripán. Discutimos en asamblea cómo seguir, y a la hora u hora y media nos empezamos a ir”.


“¡Ahí vienen! Gritaron os compañeros que estaban más atrás. Miré para atrás, y vi que se tiraban de las vías. No había nadie que los pare, los patrulleros no estaban más. Las mujeres empezamos a correr hacia Vélez Sársfield, mientras los compañeros se quedaron para tratar de frenar la situación. Oí como 10 o 12 disparos cuando estábamos una cuadra de la parrilla y vi caer a Elsa para atrás. Alguien gritó ‘Ay Dios’ y ‘mataron a Elsa’.”.


Su compañero Pablo Chamorro le contó después que vio una mano que empuñaba un arma y disparaba desde atrás de un auto y que tenía un tatuaje, que era como un payaso.


Ante el ataque previsible del defensor de Fernández, la compañera respondió: “Pertenezco a la organización Quebracho pero no tengo la capacidad para tirar piedras”.

“Un ataque artero y criminal”

Luego, el “peligroso” Víctor Catalino Amarilla Barrios, de Convergencia Socialista y la Lista 26 de Julio Naranja del SITRAIC, explicó que varios compañeros fueron a la marcha de los tercerizados, porque su gremio apoya todas las luchas de los trabajadores y levanta la bandera de la libertad sindical y la democracia. Vieron un grupo grande de personas en la vereda del lado oeste de la estación Avellaneda, que los insultaba “Zurdos hijos de puta, váyanse o los vamos a matar”. Identificó a Pablo Díaz, con chomba clara, como quien daba órdenes mientras hablaba por teléfono.


“Apenas cruzamos el puente, empezó un ataque artero y criminal. Nos cubrimos con la bandera del Sitraic para tratar de frenar los piedrazos, y salimos por el callejón que hay a la izquierda por el borde del Riachuelo hasta Luján. Estuvimos ahí una hora. En la asamblea decidimos retirarnos, y estábamos en eso cuando vvi que dos patrulleros que estaban uno frente al otro en la cuadra siguiente se abrían y dejaban pasar a la patota que bajaba de la vía”.


“Mientras apurábamos a salir a las mujeres, chicos y gente de más edad. Hicimos un cordón. Yo tenía una gomera. Cuando llega la patota empiezan a tirar una lluvia de piedras y después escucho disparos, miré hacia donde me pareció que venía y vi a unos 10 o 15 metros al tirador. Vi dos fogonazos, giré la cabeza para donde apuntaba y vi a un compañero que se agarra la panza y cae. Salí corriendo a ayudarlo, pero otro compañero de la 26 de Julio, José Tejeda, llegó antes y lo agarró por debajo de las axilas, así que volví al cordón. El tirador era una persona morruda, con ropa oscura, pelo corto tipo policía y barba candado”.

“Tuvieron que matar a Mariano para que nos reconocieran como ferroviarios”.

El tercero fue Ariel Benjamín Pintos, trabajador despedido por lo tercerizadora Confer por reclamar el pase a planta. Relató la larga lucha, las negociaciones, los acuerdos incumplidos, hasta llegar a la decisión de movilizar y cortar la vía el 20 de octubre.


“Arriba de las vías eran 150 más o menos, liderados por Pablo Díaz. Cuando cruzamos el Riachuelo los habíamos dejado atrás y tratamos de subir a la vía, pero como subimos tuvimos que bajar, era una lluvia de piedras. Avanzamos como tres cuadras. Había patrulleros que se pusieron entre la vía y la primera calle. Los de la Verde seguían sobre el puente. Nosotros nos juntamos, algunos querían ir a Constitución, pero al final decidimos irnos. Oímos que gritaban ‘Ahí vienen’, me di vuelta y noté que se notaba que los patrulleros se habían abierto, dando paso a la patota”.


Ariel se sumó al improvisado cordón de defensa, donde, cuando ya estaba escuchando disparos, recibió un tiro en la pierna. “Vi uno que sale de entre los árboles y autos y dispara. Era morrudo, ni alto ni petiso, de pelo corto y camisa clarita o cremita y pantalón”.


Ariel explicó cómo era la situación de los tercerizados, tanto de las empresas como de las cooperativas dirigidas por la Unión Ferroviaria, que siempre se opuso a que ellos ingresaran a planta permanente.


“Entré a UGOFE en enero, los primeros meses nos mataron, nos tenían todo el día con el peor laburo, los capataces los nombra la empresa y el sindicato”, dijo, ratificando lo que surge de las escuchas entre Pedraza y Tomada, cuando ya era inevitable ingresar a los tercerizados, y ambos acordaron hacerles la vida imposible.


Ante una pregunta de un defensor que quiso relativizar su relato haciéndole admitir que hoy trabaja en el ferrocarril, Ariel no dudó: “¿Ud. quiere decir si tuvo que pasar esto para que entráramos? Sí, tuvieron que matar a Mariano para que nos reconocieran como ferroviarios”.

martes, 25 de septiembre de 2012

Día 20 - EL GRUPO DE LAS BANDERAS ESTABA REUNIDO PACIFICAMENTE, EL GRUPO QUE BAJO DE LAS VIAS LES TIRABA DE TODO (25/9)


De Oliveira es un muchacho vendedor ambulante, que, el 20 de octubre de 2010, como todas las mañanas, instaló su puesto de venta de sánguches a metros del Puente Bosch. Contó que vio venir una marcha del "Polo Obrero" con banderas, muchachos y mujeres por la calle Luján de Barracas. Que esta gente era tranquila, que comieron y se reunieron para después recoger sus cosas y empezar a irse hacia Vélez Sarsfield.



De pronto, un grupo numeroso de gente vestida con ropa Grafa, que venía en malón desde las vías, comenzó a tirarles de todo. "Se escucharon gritos, muchos gritos, llantos y estruendos. A la policía la vi parada a lo lejos, sin hacer actividad."

Insospechado de parcialidad o mendacidad, lo cierto es que este trabajador enterró y le puso una lápida a la insostenible estrategia defensista de Pedraza, su patota y sus policías. Deberán pensar en cualquier cosa, menos en la ya rebuscada idea del exceso en una inexistente defensa de sus clientes.






En una mañana de testimonios contundentes, no exentos de una embargante emotividad, el testimonio de De Oliveira se unía al de los militantes que junto a Mariano, Elsa, Nelson y todos los compañeros movilizados, esa mañana , sufrieron la lección que la triple alianza antiobrera le propinó a los trabajadores tercerizados.

Cada uno aportó lo suyo, desde los compañeros y amigos de Mariano, como el testigo Varterián preciso y detallista, que observó cómo "la policía estaba en las vías auxiliando a la patota" para cerrar con una reflexión que quedó rebotando en la sala: "era extraño ver tanta impunidad" dijo. En su misma línea, Mauro Mayor y Consilvio Benegas hasta Aguirrezabala, que ratificaron íntegramente lo expuesto hace dos años en la instrucción, dejando en claro que en todo momento se defendieron de una patota desenfrenada, que baleó hirió y mató, sin que ninguno pudiera dar crédito a lo que vivían.

Párrafo especial para José Correa, un militante que anduvo esa mañana megáfono en mano, agitando y alentando a los movilizados y que, al revivir la subida al colectivo para irse del lugar, se quebró, recordando el momento preciso en que le informaron la muerte de Mariano.



El testigo no titubeó a la hora de recordarle al Tribunal que vio a los patrulleros de la Federal cortando la calle en barricada e impidiendo el paso de la patota que se hallaba en las vías, y que minutos después, esos mismos patrulleros se movieron, garantizando el paso de ida y de vuelta de los agresores.

Con el rechazo por parte del Tribunal de planteos nulificantes anteriores y el remanido recurso defensista de invocar falsos testimonios varios, terminó una jornada que se caracterizó por la tremenda carga incriminante que viene a engrosar la ya acumulada desde el 6 de agosto.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Día 19 - "Peguen abajo de la cintura" (20/9)

La sala enmudeció tan solo con su presencia. Caminó delante de la patota clavándole la mirada a cada uno de sus integrantes. Lo hizo con el paso seguro, convencido, con sus dos manos en los bolsillos del camperón de ferroviario, que lucía con legítimo orgullo.
Omar Merino trabaja en la estación Avellaneda del Ferrocarril Roca. Integra la agrupación Causa Ferroviaria, opositora a la Verde de Pedraza y al cuerpo de delegados que encabeza Pablo Díaz. "... Venimos luchando junto a los tercerizados, a quienes consideramos ferroviarios, contra la entrega de la burocracia sindical de la Verde para quienes hay ferroviarios y gente que trabaja en el ferrocarril".

Contó que el día del asesinato de Mariano, desde temprano, en la estación, observó "movimientos de inteligencia" encabezados por Pablo Díaz junto a un tal Marcelo - guarda nocturno- a quien, modulando por handy, le oyó decir "peguen abajo de la cintura".

Contó que llegaban muchos ferroviarios traídos desde los Talleres de Escalada, que prácticamente coparon la estación, que fueron durísimos con él y lo hostigaron con todo tipo de provocación. Terminado su horario de trabajo, junto a una compañera fue en busca de sus compañeros. Cuando llegó al Puente Bosch, ya girando por calle Luján, vio dos grupos de patoteros, uno ocupando el puente sobre las mismas vías y otro debajo sobre las calles (sumaban más de cien agresores). En simultáneo, dos patrulleros cortando "como en barricada" la calle, con 4 ó 5 policías presuntamente impidiendo el paso de la patota hacia la movilización que se hallaba a unos trescientos metros.

Se unió a los compañeros que quedaban y que ya habían empezado a desconcentrar, cuando observó que se venía la patota corriendo en dirección a ellos. Formaron un cordón de seguridad, para defenderse, cuando a poco más de 20 metros, los agresores comenzaron a tirar de todo. Se escucharon explosiones muy fuertes. "Fue una locura", la única manera de intentar pararlos era correrlos a ellos. Zigzagueando para no recibir piedrazos, de pronto vio a un tirador que disparó de frente un tiro y hacia sus costados otros tantos, para después empezar a correr hacia las vías. El fue detrás sin alcanzarlo.

En la corrida observó que ahora los mismos patrulleros de la policía federal que antes cortaban la calle, ahora estaban en paralelo a ambos cordones, con suficiente espacio para que pasara mucha gente corriendo. Los mismos efectivos que vio al principio a un costado y un "jefe" de traje negro que hablaba con handy (el subcomisario Garay), que al ser increpados por él y sus compañeros no les contestaron. Contó que vio a compañeros heridos en sus piernas, vehículos rotos y hasta un cartucho rojo de escopeta (los rojos contienen postas de plomo) a un lado del cordón. El ruido era infernal. "¿Por qué dejaron que estos tipos hicieran tanto daño?" es la pregunta que les hizo aquella vez y que repitió en la audiencia.

En algún momento de su declaración, el tribunal le pidió que no se dirigiera a los imputados como "patoteros". Con la lógica e inteligencia de un trabajador el testigo preguntó: "¿Y cómo quiere que los llame? puedo llamarlos asesinos entonces...".

Para no ser menos, la defensa de uno de los tiradores, el barra brava con contactos K, Favale, pidió que constara en actas que, al pasar hacia el estrado, el testigo miró de mala manera a su defendido. Desde el mismo tribunal, se dijo: "Sus razones tendrá, podría Ud. preguntarle". Nunca lo hizo.

Después, Merino enseñó cómo es la verdadera vida gremial frente a la lista Verde de Pedraza: "Sólo podés presentar lista si sobrevivís a los aprietes de los jefes y de la burocracia. Pedraza-Fernandez- Diaz deciden de arriba para abajo. No hay asambleas, no se discute. Pedraza es la contradicción mayor: supuestamente está para defender a los trabajadores, pero realmente los negrea. Nadie quiere llegar al corte, es el último recurso de un proceso de lucha, pero las empresas no dan respuesta y desde el sindicato te mandan a la patota que terceriza la represión".

La solidez de su relato, la veracidad de sus dichos, fueron tan contundentes, que todos los hostigamientos de las defensas (incluída la vileza de un presumido profesor picapleitos) no pudieron desdecirlo. Es el relato de un protagonista, no de un espectador. No vio lo que contó, además lo vivió. Por eso, sobre el final, al sentarse frente a los videos que se pasaron, reconoció a los patoteros y el lugar por dónde él mismo los corriera, con la mirada embargada, pero con la misma actitud de seguridad y firmeza que tuvo ocho horas antes.

Antes y después, chicanas y recursos de quienes buscan, afanosamente, tapar el sol con las manos.

martes, 18 de septiembre de 2012

Día 18 - “Negro, le dimos…” (18/9)

José Eduardo Sotelo, un psicólogo recibido en la UBA en 2006, visitó a una pareja de amigos, a los que asesoraba profesionalmente por su divorcio, el 20 de octubre por la mañana. Cerca de la una, caminó unos metros hasta la esquina de Santa María del Buen Ayre y Pedro de Luján, y dobló hacia la avenida Vélez Sársfield, donde iba a tomar el colectivo 37 hacia zona sur. En ese momento, escuchó a sus espaldas unos gritos, y a lo lejos alcanzó a ver un grupo de gente con banderas que caminaba en su mismo sentido. Mientras seguía caminando, empezaron a pasar a su lado, corriendo, personas vestidas, en su mayoría, con ropas del ferrocarril. Vio, a unos metros de distancia, cómo algunos agredieron verbalmente a una chica y dos muchachos, que eran trabajadores de un canal de televisión, forzando que se refugiaran dentro de un galpón de la empresa de colectivos Chevallier. Uno de los agresores era un hombre alto, con un cuello ortopédico.


Como iba de traje, con una carpeta en la mano, se mantuvo caminando por la vereda, esperando que no se metieran con él. Pero cuando, ya pasado el portón de Chevallier, vio dos hombres que sacaron armas de entre sus ropas, y empezaron a disparar, se tiró detrás de un auto para cubrirse. Unos 15 o 20 minutos después, cuando volvió la calma, salió de su escondite, para ver que estas dos personas se aproximaban a un tercero, al que le entregaron sus armas, mientras le decían “Negro, negro, le dimos”. Cuando el que recibió las armas, las guardó en la cintura, una adelante y otra atrás, Sotelo vio que la empuñadura de otra pistola sobresalía de su pantalón.


Cuando se retiraron todas esas personas, siguió presuroso su marcha hacia Vélez Sársfield. Ya no había nadie más que vecinos del lugar a la vista. Justo antes de cruzar la avenida, llegaron dos patrulleros con las sirenas puestas. “Fueron los únicos policías que vi en el lugar, uno bajó del patrullero y me preguntó si había visto algo, le conté y me tomó los datos. ‘Andate, te vamos a llamar para declarar’ le dijo el uniformado. Pero nunca me llamaron”.


A la mañana siguiente, cuando se dio cuenta, al mirar la TV, lo que había presenciado, se presentó en la comisaría de la zona, y fue llevado a declarar en la fiscalía.


Allí relató su experiencia y describió a los tiradores, igual que lo hizo ahora ante el tribunal: “Uno era joven, con remera celeste y blanca, como la de la Selección o Racing y pantalón del ferrocarril, por las franjas fosforescentes. Tenía una gorrita, pelo corto, y un revólver, le vi el tambor, negro. El otro tenia el mismo pantalón, creo que una remera roja, cabello entrecano. Al que le dieron las armas era una persona robusta, tenía un saco o buzo de hilo blanco, pantalón de jean, mocasines, pelo medio largo, le tocaba el cuello de la camisa, castaño y entrecano”.


En las imágenes de los videos grabados por C5N y la PFA, señaló a las tres personas. El que recibió las armas es el imputado Pérez, a quien se ve, frente a Chevallier, realizando un inequívoco gesto de acomodarse un arma en la cintura, por debajo de su camisa blanca con rayas. El que señaló como uno de los tiradores es el picaboletos Uño.


Aunque en su declaración no lo dijo, al confrontarse sus dichos con la declaración en la instrucción, recordó que, cuando le dijeron “Negro, le dimos”, el identificado como Pérez respondió “Vayan y háblenlo con Pablo”.

A pesar de los esfuerzos de las defensas por buscar contradicciones y desacreditar al testigo, lo cierto es que Sotelo se mantuvo firme en sus dichos y respondió a las interminables rondas de preguntas sin vacilar en su relato. Cuatro horas después de entrar a la sala, su testimonio terminó.

“Nosotros no somos una patota, no se confunda”

El siguiente testigo fue el joven Ariel Roseto, militante de zona sur del PO, que debió soportar un largo y repetitivo interrogatorio que duró hasta pasadas las seis de la tarde. Es que Ariel comprometió seriamente tanto al grupo de choque de la UF como a la policía, y sus respectivos defensores se desesperaron por contradecirlo. Pero el compañero no se amilanó, y respondió cada pregunta con claridad, incluso soportando provocaciones, como la del ya aburrido Dr. Freeland, que le espetó “¿Su patota hizo tal cosa?”, y motivó que el joven le respondiera sin dejarlo terminar la pregunta, “No se confunda, nosotros no somos una patota”.


Su relato, en lo esencial, calcó el de los compañeros que lo antecedieron: la cita para acompañar a los tercerizados, la patota a la vista y la decisión de rodear la estación, la caminata por Bosch, el intento frustrado de subir a la vía en el puente Bosch. El repliegue, la asamblea en la parrilla, la desconcentración y el ataque cobarde.


“Cuando pasamos hacia Vélez Sársfield camino a la parrillita vi menos policía que cuando volví después del ataque”, dijo. Y señaló que, la segunda vez, cuando intentó con otros de los compañeros que estaban en el cordón alcanzar a sus atacantes que se retiraban, eran más los efectivos, y hasta había un hidrante.


“Estuvimos como una hora en esa esquina, les hicieron notas a compañeros, a Elsa que tenía el brazo lastimado, y empezamos a irnos. De pronto me di vuelta porque escuché compañeros que que gritaban que estaban bajando. Yo era de los últimos, y vi clarito cómo la policía se abre de manera alevosa para dejarlos pasar, eso me indignó bastante. Nosotros empezamos a decir que había que armar un cordón porque se venía la patota, había que resguardar a los compañeros, que no toquen a las mujeres, los chicos, los ancianos. Nos iban a agarrar igual aunque corriéramos, entonces había que aguantar. Éramos unos 20, estaban Mariano, Marcelo Varterian, Omar Merino, Edgardo Mari. Yo pedí un palo, alguien me lo dio, no iba a pedir una flor”.


Cuando se acercaba el grupo de choque, uno de los compañeros arengó al pequeño grupo: “Compañeros, de acá no nos movemos porque atrás están las compañeras y compañeros más vulnerables”. A unos 30 metros de distancia empezaron los piedrazos, palazos y botellazos, que los compañeros respondieron, defendiéndose: Pero en ese momento, Ariel vio lo que nunca imaginó: en el medio de la calle, un tipo estaba tirando tiros hacia ellos. “Me está apuntando y me está tirando”, pensó, mientras veía las piernas semiflexionadas, el brazo estirado y el humo blanco que salía con cada disparo. Atinó a cubrirse hacia un costado, agachándose detrás de un auto. Ahí lo vio más claro todavía. Era fornido, con pelo corto tipo patovica y una sombrita en la cara tipo barba candado, remera azul y jean.

Ariel oyó más de 10 disparos en apenas unos segundos. Cuando la patota se dio media vuelta y empezó a correr hacia los policías, él, junto a otros compañeros, unos pocos de los que estaban en el cordón, los persiguieron. Pero al llegar al cordón policial, los agresores pasaron, y se volvió a cerrar el cordón frente a ellos. “Actuaron en defensa de estos tipos, los protegieron. Encima me desayuné que había un carro hidrante y más policía que antes”, se indignó Ariel, que para entoces no sabía que había heridos, ni que Mariano agonizaba.

Uno o dos días después, vio una foto en un diario. Era un hombre que estaba con Sandra Russo, la periodista de 678. No necesitó leer el texto para reconocer al tirador que vio en Barracas, por lo que avisó a sus compañeros del partido para que lo citaran a declarar.

Con estoicismo y mucha paciencia, Ariel debió soportar el ataque conjunto de los defensores, desesperados por minimizar su testimonio. Debió salir de la sala una y otra vez, a medida que se caldeaba el clima ante la impertinencia de las preguntas, que dejaron en evidencia, en más de una ocasión, que ninguno de los defensores, con todo su curriculum y prosapia, tienen la menor idea de lo que es una lucha obrera, ni lo que significan la solidaridad de clase o el compromiso militante. Tampoco lo van a aprender en el curso de este juicio, por más que lo vienen viendo ante sus ojos en cada compañero que dignifica y hace honor al nombre de Mariano.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Día 17 - La patota, la barra brava y el FPV (17/9)






"Uño era mi vecino en Florencio Varela, hasta que pasó esto yo saludaba a toda la familia... él vendía caramelos en la estación Ceballos, consiguió entrar al ferrocarril y enseguida metió a toda la familia, la mujer, los hijos... uno de los hijos es de la barra brava de Defensa y Justicia... la hermana es una puntera del Frente para la Victoria en el barrio, los micros con gente para las movilizaciones del gobierno salen de la puerta de su casa..."


Así contestó el militante del Partido Obrero Edgardo Mari después que el presidente del tribunal le preguntó si conocía a alguno de los imputados, revelando otro aspecto de la relación inescindible entre la patota de la UF, el partido de gobierno y el grupo de choque de Favale.


Antes, Edgardo había relatado que llegó a Avellaneda a las 9 y media de la mañana para sumarse a la marcha de los tercerizados, que arrancó un buen rato más tarde, entre las miradas amenazantes de los hombres de la Lista Verde que estaban en la estación, por lo que, para evitar provocaciones, trataron de dar un rodeo. Pero la calle estaba cortada y retomaron la calle Bosch, que bordea la vía. Cantando consignas por las reivindicaciones de los tercerizados, y escoltados por un cordón de policias de infantería, llegaron al puente Bosch. A pocos metros, y cuando no se veía a la patota, un grupo de tercerizados trató de subir a las vías, pero sólo llegaron dos o tres que debieron bajar enseguida, porque apareció la patota que les lanzó una lluvia de piedras.


"Replegamos sobre Luján, tratando de distanciarnos lo más posible. Nancy recibió un piedrazo que le cortó el cuero cabelludo, Elsa un golpe en el brazo, y la policía nos disparó con balas de goma. Vi a Lisandro que corrió hacia el policía que disparaba y le gritó que no nos tirara". Unos 300 metros más adelante, en un puesto de choripan al paso, le pidieron agua y hielo al parrillero, que solidariamente los auxilió. Mientras tanto, los tercerizados hicieron una asamblea. Una hora después, más o menos, cuando apenas quedaban unos 60 o 70 compañeros, empezaron a retirarse hacia la avenida Vélez Sársfield. "En ese momento veo que empiezan a descender los que estaban arriba y corren hacia nosotros. Sobre Luján había dos patrulleros, pensé que les iban a impedir el paso, pero uno se corrió y les abrió el paso. Como venían a la carrera y en algún momento nos iban a alcanzar, un grupo de compañeros armamos un cordón. Cuando el otro grupo estuvo a unos 50 metros, llovieron piedras y palos. De pronto escuché como 7 detonaciones, y me dí cuenta que eran armas de fuego porque al lado mío estaba un tercerizado, después supe que se llama Pintos, que gritó 'Ay' y vi que tenía una herida en la pierna, le vi la carne cortada, era una bala de verdad. Miré hacia los atacantes y vi una persona apenas más baja que yo, con ropa oscura, en la mitad de la calle hacia la derecha, de pelo corto, con la mano extendida y disparando". La descripción y la ubicación en el grupo atacante coinciden con Gabriel Sánchez, el "Payaso".


"Cuando ellos empezaron a retorceder, algunos les salimos corriendo atrás. Yo llegué hasta donde estaba la policía, la patota ya los había pasado y algunos subían las vías. No me acuerdo si había uno o dos patrulleros, sí que eran cuatro policías, uno de traje oscuro, flaco y alto, que hablaba por teléfono y no nos daba pelota, ni miró la herida del tercerizado. Éramos cuatro los que llegamos y les gritábamos 'Uds. van a tener que rendir cuentas, los dejaron pasar'. Entonces otro compañero me agarró del brazo y me dijo 'Si los dejaron pasar una vez los van a volver dejar pasar, vamos', y nos fuimos".


Al acercarse al resto del grupo supo de las heridas de Mariano, Elsa y Nelson, situación que no pudo relatar sin que la emoción y la bronca le quebraran la voz. Antes de terminar su testimonio, reconoció a Uño en las fotos que le exhibieron de la patota sobre las vías.


Un rato antes había comenzado la audiencia con el testimonio de Félix Leonardo Wul, médico y militante del PO que llegó tarde a la movilización, por lo que estacionó su auto sobre la calle de la vía y pasó caminando entre la patota que estaba en las vías y la policía que cortaba Luján. Una vez terminada la asamblea, Leonardo ya casi llegaba a la avenida cuando oyó los gritos que señalaban que "se venía la patota". Minutos después, oyó varias detonaciones, y Elsa cayó herida a unos 20 metros de él. "Tenía una herida de arma de fuego en la zona frontoparietal izquierda, sangrante, con pérdida de conocimiento. Enseguida me llaman porque a una cuadra estaba caído Mariano, que tenía una herida en el hipocondrio derecho. Ya no tenía pulso, estaba en estado desesperante. El 911 daba ocupado y milagrosamente pasa una ambulancia. Yo hablé con el chofer, le dije que soy médico y cargamos a los tres heridos".

Luego ingresó José Alberto Spengler, chofer de Chevallier que llegaba, manejando un colectivo, por la calle Perdriel y dobló por Luján justo al inicio del ataque. En un principio, de manera más que reticente, negó haber visto otra cosa que gente sentada en la vereda. Dejó bien claro su desprecio por los trabajadores movilizados, al punto de decir cosas como "Donde hay manifestaciones no se curten cosas buenas". Confrontado con su primera declaración, terminó admitiendo que un policía de uniforme, al que conoce porque siempre custodia la cuadra d ela empresa Chevallier, fue el que le indicó que estacionara el micro, y que ambos se cubieron bajo el colectivo cuando llegó la patota. Reconoció que escuchó una docena de disparos, y que vio cómo los hombres del primer grupo, el atacado, indicaban a las mujeres y chicos que se fueran, mientras un grupo de ellos formaban una línea para defenderlos. Después, vio a los integrantes dle grupo atacante "hurgar el pasto", como si buscaran algo (las vainas servidas).


Finalmente, Fernando Ezequiel González, el chofer de ambulancia, contó que iba a cargar nafta cuando uno grupo de personas lo paró, y le pidió que cargara unos heridos. Él no quería porque no tenía médico a bordo, pero entendió la desesperación en un momento semejante, y enseguida llegó un señor que le dijo que era médico y se hacía responsable del traslado. En los diez minutos que insumió subir a Elsa y Mariano, y que subiera Nelson, no vio un solo policía. Recién ya iniciada la marcha, por a calle California, cruzó una moto policial estacionada, y el muchacho le pidió que lo ayudara a abrirse paso, ya que la ambulancia tenía la sirena quemada.


Para no faltar a la costumbre, el abogado Freeland, defensor del "Gallego" Fernández, intentó acusar al compañero Mari por falso testimonio, cosa que hace cada vez que un testimonio pega en la línea de flotación de las defensas. El planteo, como ya sucedió varias decenas de veces con cuestiones similares, quedó diferido para cuando llegue el momento de los alegatos y sentencia.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Día 16 -Los buenos y los malos, y el olfato de los policías de Varela. (14/9)

La décimo sexta jornada del juicio a los asesinos de Mariano Ferreyra trajo dos testimonios contundentes contra la patota y la policía, y cerró con el segundo capítulo de la nebulosa historia de la relación entre el barra brava Cristian "Harry" Favale y la bonaerense.

Néstor Osvaldo Miño, un maduro trabajador que comenzó a militar el el Partido Obrero pocos meses antes del asesinato de Mariano, relató, igual que todos sus compañeros que ya declararon cómo se reunieron en el local cerca de le estación Avellaneda para acompañar a los tercerizados en su reclamo. Describió nuevamente la caminata por la calle Bosch, que bordea las vías, mientras "un montón de gente, gesticulando y amenazando" los seguía sobre las vías, y la policía los flanqueaba en la calle. "Nosotros íbamos cantando, nos habían dicho los compañeros del partido antes de salir que estaba la patota, que marcháramos y no respondiéramos provocaciones". Unos 100 metros después de cruzar el puente sobre el Riachuelo, desde la mitad de la columna, donde iba ubicado, oyó un griterío, al tiempo que comenzó una lluvia de piedras. Era el primer ataque, cerca de las 12:00, cuando un pequeño grupo de manifestantes trató de subir al terraplén, sin ver que la patota acechaba cerca.



"Nos alejamos en dirección contraria a la vía, pasamos un patrullero de la PFA, hicimos unos 200 metros y partamos en una esquina. Ahí estuvimos como una hora y media, se hizo una asamblea, algunos compañeros comieron o tomaron algo o se refrescaron. Se decidió desconcentrar y empezaron a irse casi todos hacia la avenida".




Él se quedó apoyado en un viejo Ford Falcon en la esquina, dando la espalda a la vía.


Escuchó que alguien gritaba “Guarda que bajan”, y al darse vuelta vio que se venía "un malón que metía miedo". Mientras mujeres y chicos corrían hacia Vélez Sársfield, él y otros hombres, la mayoría muchachos, formaron un cordón para proteger la retirada. "A unos 40 metros de nosotros se frenaron y empieza el pedrerío. Yo levanté todas las piedras que pude para tirárselas de vuelta, pero pegaban en las ramas de los árboles y caían ahí nomás, así que me corrí para el medio de la calle. Justo enfrente mío, a unos 30 o 35 metros, vi un tipo de mi altura, 1,75; con remera azul, pelo corto y barba tipo candadito que tenía un revólver en la mano derecha. Disparó dos veces, a la altura del cuerpo de la gente, ni para arriba ni para abajo, escuché los tiros y vi los fogonazos. Enseguida bajó el arma y como que trató de abrirla con la otra mano, no pudo y se dio vuelta y se metió en el centro del grupo que estaba al costado de la Chevallier. Cuando vi la tele me di cuenta que era Favale".




Después, Néstor vio que un pequeño grupo de sus compañeros corrieron tras la patota que volvía a las vías, pero se frenaron en la línea policial, y volvieron. Se dio vuelta y vio a una mujer de pelo corto que pedía ayuda desesperada. (Era María Wenceslada Villalba, tal como ella lo relató en una de las primeras audiencias). Y a su lado, "un muchacho al que no conocía, caído en el piso, las piernas para el lado de las vías, con la remera levantada y se veía un orificio en la parte del hígado, debajo de la costilla. Otros compañeros le decían 'no te duermas, respirá'. Me aparté para darle aire y a cien metros vi una ambulancia que venía, alcancé a ver que en la camilla había otra persona, y al lado un muchacho sentado".




El segundo turno fue el de Alberto Mariano Esteche, vecino del barrio que estaba haciendo unas tareas de albañilería y había ido a comer a otra de las parrillas al paso de la zona, la de Luján y Perdriel. Allí, con su hijo adolescente y el parrillero, vieron pasar "una gente que venía con banderas rojas, había mujeres, embarazadas, chicos. Iban tranquilos, pasando de largo hacia la avenida, cuando apareció otro montón de gente gritando 'les vamos a pegar, son unos muertos de hambre, vamos a matarlos'". La fiscal le hizo una pregunta en la que no quedó muy claro a cuál de los dos grupos se refería, y el hombre, con total naturalidad, la interrogó: "¿Los buenos o de los malos?". Ante las protestas de los defensores, aclaró: "Los buenos venían cantando, los malos tirando piedras, puteando. Hay que ser tarado para tirar piedras así contra mujeres y chicos". Y siguió contando que, ante la escena, y si bien primero se refugió tras un camión, enseguida agarró lo primero que encontró a mano, un palo, y se aprestó a ayudar al grupo atacado. Fue entonces que escuchó un tiro, y después vio a tres personas que le quedaron grabadas en la retina. "Uno que es ése que está sentado leyendo ahí", dijo, y señaló a Gabriel "Payaso" Sánchez, "que tenía remera negra, gorrita, anteojos y un tatuaje en el antebrazo. Lo vi que guardaba algo en la cintura, algo negro que parecía una arma", y reprodujo el movimiento; otro "con remera a rayas azul y blanca, con mochila, creo que también tenía algo", y señaló en el video al testigo protegido Benítez, y "el que gritaba 'vamos a matarlos', que tenía un cuello" (González). En menos de diez minutos, agregó, los atacantes volvieron hacia la vía, y "algunos muchachos los salieron a correr, pero se interpuso la policía. Si los pibes seguían corriendo los alcanzaban.



Cuando los atacantes ya se iban, vio a Mariano herido, con los compañeros que trataban de ayudarlo. Él mismo dio una mano para subirlo a la ambulancia que vino ya con Elsa y Nelson en la cabina. Completó la declaración recordando que tuvo que quedarse en el lugar hasta que llegó la policía, que señaló tres plomos que había en la esquina de Perdriel, que fueron secuestrados, y luego lo llevaron a declarar.

Al terminar la declaración, el Dr. Froment, defensor de Pablo Díaz, pidió que se dejara constancia en el acta de que el Sr. Esteche había reconocido al testigo Benítez. "¿Y Ud. cómo sabe que ése es el testigo protegido?", preguntó, mordaz, el juez Horacio Días, haciendo referencia a la larga argumentación, en las audiencias anteriores, del mismo abogado, que había pretendido nulificar la declaración del patotero "arrepentido" porque la gorra y los bigotes y barba postizas que llevaba puesta no le permitían corroborar que fuera Benítez.

Para terminar la tarde, llegó el subcomisario Walter Omar Romero, segundo jefe de la comisaría 1ª de Florencio Varela. Como el comisario González, contó que conocía a Favale por nombre, apellido y apodo porque era parte de un grupo de la barra brava de Defensa y Justicia, y que se reunían cuando había partidos o cuando las hinchada viajaba a algún lado. Contó que el 20 de octubre, por la mañana, "Harry" lo llamó al radio para decirle que unos amigos, que iban a un acto político en Avellaneda con él, habían sido detenidos por un patrullero en el centro de Varela. Averiguó con sus subordinados, que le explicaron que pararon un Renault 19 porque iban 9 personas arriba del auto. Entonces, Favale fue con su Corsa, cargó a la mitad de sus "amigos" y se fueron muy tranquilos a sumarse al grupo de choque. Eso sí, cuando el subcomisario supo lo que había pasado, hizo un informe del incidente, que entregó al comisario y está en la causa. Eso es olfato policial.

martes, 11 de septiembre de 2012

Día 15, 11 de septiembre: Blooper, milonga de la gorra, y dos comisarios en apuros. (11/9)

1. El blooper del policía equivocado

La jornada nº 15 arrancó con un fenomenal blooper procesal. Se anunció al testigo Diego Rivas, subinspector de la División Computación de la PFA. En el interrogatorio preliminar, tras prestar juramento, dijo que, de los imputados, sólo conocía al principal Conti. La fiscal Jalbert inició el interrogatorio, pidiéndole que relatara en qué procedimientos o investigaciones de la causa intervino. “En ninguna”, dijo con algún desconcierto el policía. La fiscal insistió, preguntando por allanamientos, seguimientos, consignas… y nada. El aturdido policía intentó ayudar: “A veces hago adicionales en el tren, ¿me habrán llamado por eso?”. Hasta que el presidente del tribunal le preguntó “¿Ud. es Diego Sebastián Ribas?” –“No, señor, ése es de la comisaría tercera, yo soy Diego Gastón Rivas…”. Le agradecieron su presencia, y se fue…

2. La milonga de la gorra


Después vino el breve testimonio de los policías federales Fabrizio Vergara y Verónica Barraza, que intervinieron, ellos sí, en tareas de inteligencia para ubicar domicilio y teléfono de José Pedraza, y siguieron al ex agente de la SIDE y actual empleado de la Presidencia de la Nación, Juan José Riquelme, en sus idas y venidas a la Unión Ferroviaria para la época en que se tramaba el intento de coimear a los jueces de la Cámara de Casación, delito por el que ambos, junto al ex juez federal y ex defensor del picaboletos Uño, Octavio Aráoz Lamadrid; el funcionario judicial Luis Ameghino Escobar y el tesorero del Belgrano Cargas, Ángel Stafforini, acaban de ser procesados.


Y cuando parecía que íbamos a tener un largo cuarto intermedio, pues hasta las 13:00 no había otros testigos convocados, el defensor del “Gallego” Fernández pidió la palabra, y volvió a la carga con el asunto de la caracterización de los testigos protegidos, planteando la nulidad del testimonio de Claudio Díaz, porque declaró usando una gorrita con visera. Nuestra querella pidió el rechazo del planteo desde la lógica más simple, ya que una gorra no impide valorar el lenguaje corporal en su conjunto, ni opaca o distorsiona la voz, señalando que sólo la desesperación de las defensas por la abrumadora prueba que sigue cayendo sobre los imputados explica semejante pérdida de tiempo para discutir si la sombra de la visera estaba en un ángulo que impedía ver la cara o no. También la fiscalía y la querella de la mamá de Mariano se opusieron al absurdo reclamo, y el tribunal lo rechazó con una contundente apelación al “sentido común”. Pero como todas las defensas hicieron reserva de recurrir en Casación, la milonga de la gorrita todavía tendrá un par de compases más.

3. Dos comisarios en apuros

Lo que vino después fue una inolvidable muestra de los que es la policía, llámese bonaerense o federal. Dos comisarios, uno de cada fuerza, entraron como testigos, y, por lo menos para nuestra querella, se ganaron un lugarcito en la larga lista de los que no están, pero deberían haber sido juzgados, y que imputaremos formalmente en el alegato.


El primero fue el comisario inspector Eduardo Catalán, titular de la comisaría 30ª de la PFA. En su breve relato libre se limitó a contar que se enteró que hubo un homicidio “a posteriori” (sic), que oyó modulaciones de comando de que había “incidencias” (sic) cerca del puente Bosch, que como su jurisdicción abarca el Puente Pueyrredón se mantuvo atento por si iban para ahí, y que mandó al oficial Ortigoza, de la brigada de su comisaría, “en observación” (sic).


Dijo que no mantuvo mucho contacto con su subordinado, y que no recordaba nada más. Al comenzar la ronda de preguntas, en lugar de “si” o “no”, por ejemplo, si se le preguntaba “¿Recibió alguna comunicación?”, contestó, una y otra vez, “Interpreto que sí, señora”. Acuciado por las preguntas, y hasta por el presidente del tribunal, que perdió la paciencia y le dijo “no interprete más, conteste sí o no”, terminó recordando que pasada la una de la tarde oyó “modulaciones informando que un grupo había bajado del terraplén y se había ido sobre los que estaban en Luján con el fin de agredirlos, por lo que decidió ir al lugar”. Claro que no se acordó por dónde llegó, ni si vio al subcomisario Garay o si lo escuchó.


Después fue hasta la avenida Vélez Sarsfield, donde observó a los manifestantes hasta que tomaron varios colectivos 37 y se fueron. “Gritaban que había heridos, que los cagaron a tiros, estaban enojados”, dijo. “¿Ud. qué hizo cuando escuchó eso?”, preguntamos. –“Nada, no me constaba, eran sólo sus dichos, no teníamos elementos para pensar que había heridos…”.


Las respuestas del comisario a las siguientes preguntas lo fueron colocando tan al borde de la autoincriminación, que comenzaron las protestas de los defensores. Sin embargo, ellos mismos –en especial los defensores de sus colegas policías- lo dejaron igual de mal parado cuando le leyeron las transcripciones de sus propias modulaciones radiales, de donde surgía que toda la policía sabía, minutos después del ataque, que había heridos de bala, y nadie ordenó detener a los agresores. El comisario Catalán se fue más nervioso todavía de lo que entró, y con razón.


La perfomance del federal, sin embargo, quedó opacada por su par bonaerense, el comisario Héctor Fernando González, titular de la comisaría 1ª de Florencio Varela. De entrada nomás, a la pregunta ritual sobre si conoce a alguno de los imputados, contestó: “A Cristian Favale, porque era de la barra brava de Defensa y Justicia, lo conozco de hacer el acompañamiento de la hinchada o cuando me reunía con los referentes de la hinchada para coordinar las salidas como visitantes o el ingreso a la cancha”.


A lo largo de su testimonio, y pese a su esfuerzo por relativizar los hechos, fue saliendo la historia. No sólo él conocía a Favale, también su segundo, el subcomisario Romero, y otros policías de la dependencia. El comisario sabía que era remisero y sabía en qué agencia trabajaba porque “uno de los muchachos comentó que vendía unos buzos, tipo Kevingston, estaban buenos, y le fuimos a comprar”. Por eso, cuando una comisión de la policía federal llegó a la comisaría de Varela buscando a Favale, el comisario fue a esa remisería, y le dejó un mensaje a su amigo Harry con la recepcionista. Al rato, Favale lo llamó a su celular. Como el comisario dijo que no recordaba gran cosa, salvo que le recomendó entregarse, se le leyó la transcripción de la llamada, que fue grabada:


-Soy Harry


- Te están buscando por el problema ese de Capital, para mí te tenés que entregar. Decime dónde estás que te voy a buscar, o te lo mando a Romero.


- Acá hay tipos grosos metidos, ellos no quieren caer en cana, me quieren engarronar a mí. Primero tengo que arreglar los beneficios míos.


- ¿Vos estuviste?


- Es al pedo que te diga que no, si yo estuve, yo estuve ahí, pero el que tiró es el que está escrachado en primer plano, tiene un Focus el vago. Ellos me quieren poner un abogado, pero yo digo vamos todos, yo empiezo a contar de la plata que me dan y ellos se van a querer matar.


Luego, la fiscalía le preguntó por Walter Romero, el subcomisario, que la mañana del 20 de octubre de 2010 le informó que interceptó un auto con nueve personas, a los que hizo bajar para identificar. Romero recibió entonces un llamado de Harry Favale, que le dijo que eran sus amigos, que iban a un acto en Avellaneda y que los iba a buscar. Llegó con otyro auto, se repartieron y el subcomisario los dejó ir sin más. El comisario nunca relacionó ese hecho con lo ocurrido horas después en Barracas.


Cuando el presidente del tribunal nos cedió la palabra para interrogar al testigo, dijimos: "No tenemos preguntas..." y por lo bajo, agregamos: "... tenemos imputaciones...".

lunes, 10 de septiembre de 2012

Día 14 - La relación entre la policía y UGOFE (10/9)

La jornada tuvo en la declaración del Comisario Mayor (R) Innamoratto, al tiempo del crimen, Jefe Director General de Seguridad e Investigación en el Transporte de la Policía Federal, la confirmación de la valiosa contribución que la Institución le brindó a la patota y a la patronal.

"Yo conformé el servicio sobre las vías de acuerdo a lo que ordenó la Dirección General de Operaciones. Constaba de una unidad completa, es decir, una Brigada, un grupo de combate y oficiales superiores. Los comisarios Mansilla y Ferreyra, eran los fiscalizadores generales sobre las vías. Todo ese despliegue para evitar el enfrentamiento. Para interponerse entre los dos bandos en caso de agresiones ya que por primera vez la gente de la Unión Ferroviaria se instalaba en las vías para impedir el reclamo de los trabajadores tercerizados. Nunca antes, en ningún otro corte convocado por los trabajadores, habían estado los del Sindicato. Nunca antes, en ninguno de los numerosos cortes hubo incidentes".

Lo que intentó revestirse de un cumplimiento rutinario de funciones en caso de una manifestación ferroviaria, en verdad, pone al descubierto el rol determinante que la Policía Federal cumplió aquel 20 de Octubre. Porque supo siempre - y con suficiente antelación- que la patota iría al encuentro de los trabajadores. Porque llegado el momento, desplegó un operativo para guardar apariencias, pero que en verdad sirvió para habilitar la caza de los compañeros , garantizando impunidad a sus cazadores.

"Los jefes del operativo van manejando la situación, ordenan líneas para que no lleguen a enfrentarse y otras medidas preventivas. Fue el comisario Mansilla -uno de los jefes a cargo- quien pasado el mediodía, informó que en principio los hombres de Pedraza bajaron a las calles, pero que al rato regresaron a las vías y se dispersaron pacíficamente sin novedades" siguió contando el retirado Comisario.
Los compañeros fueron atacados con varias armas de fuego, precisamente en esa bajada que el policía pretende mostrar como subrepticia. Lo cierto es que la patota fue, mató y regresó en las propias narices de la fuerza que desplegó una unidad completa para evitarlo.
Cada vez queda más clara la participación policial en el crimen, cada vez más evidente el rol en el plan común.

Esa impresión cerró definitivamente cuando el mismo policía dijo: "Sí , es cierto, hay una relación directa entre los jefes del operativo y el gerente de seguridad de la empresa, que en el Roca es un señor de apellido Vitale"
La empresa es UGOFE, inventada desde el gobierno K, con participación de empresarios amigos, algunos de ellos de extracción sindical, todos unidos triunfando tras un negocio de varios millones de pesos.

Se pidió contestación a la fiscalía y a las querellas respecto de un nuevo pedido de nulidad planteado por las defensas, ésta vez respecto de la declaración del testigo protegido Benítez, cuya validez la defensa descalificó llamándola "la declaración del testigo disfrazado" y alegando que se violó así el debido proceso, por encontrarse impedida de ver sus gestos faciales al prestar declaración. Los compañeros Ismael Jalil (CORREPI) y Claudia Ferrero (APEL) al contestar a ese planteo recordaron que es precisamente por faltar a la protección de los testigos que en apenas unos pocos días se cumplen 6 años de la desaparición del compañero Jorge Julio López.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Día 13-El funcionamiento de la burocracia (6/09)

Como el martes pasado, para este jueves declaró otro testigo protegido, Claudio Abel Díaz, afiliado, como Benítez, a la Unión Ferroviaria, e integrante del grupo de choque convocado para aleccionar los tercerizados y la izquierda. Antes de que entrara el testigo, se repitieron los intentos de las defensas por impugnar el procedimiento, objetando que los testigos protegidos comparecen caracterizados, con gorras y lentes para disimular sus rasgos. Rechazado el planteo por el ytribunal, ingresó Díaz, que contó que era guarda del tren desde la época de la empresa Metropolitano, y que se afilió a la Unión Ferroviaria unos años después porque había rumores de despidos para los que no fueran sus integrantes. Relató que el 20 de octubre de 2010 lo llamó el "Tano" Carnevale, igual que a Benítez, para que fuera a Avellaneda porque iba a haber una movilización o corte. Cuando terminó su trámite, fue a Constitución, donde, a eso de las 12 o 12 y media, encontro a otro guarda, Gabriel Sánchez, que le dijo que lo esperara e iban en auto.

En el camino, Sánchez -uno de los imputados- sacó una bolsa de nylon de la guantera y le mostró un revólver. "Traje el juguete", le dijo, “por las dudas, si se complica de alguna forma tengo que salir”. Díaz sostuvo que se sorprendió, pero, al llegar a la estación Irigoyen, no advirtió si Sánchez bajaba el arma de auto, ya que él estaba distraído llamando de nuevo a Carnevale, para que le dijera dónde estaban.

Siguiendo las indicaciones de Carnevale, ambos caminaron por la vía hasta el puente, donde había gente de los talleres de Escalada. Preguntó por el "Tano" y le señalaron que había bajado el terraplén, donde había unas 50 personas más, varias de las cuales no eran ferroviarios. “Vamos, vamos a correrlos”, agitaba el Tano, junto con otros, respecto de la gente que se veía a más de 150 metros de distancia. En la corrida, de la que el testigo participó, le llamó la atención que, aunque había policías contra las paredes y un par de móviles, sólo contemplaban la escena lo más alejados que podían.

Preocupado por minimizar su rol en el ataque, Díaz sostuvo que se apartó hacia un ábol, y recibio una "pedrada o tuercazo" en la cabeza, que le hizo un corte, por lo que volvió hacia las vías. En el camino vio un camión hidrante y fuerzas de infantería que se dirigían a cerrar el aso de los tercerizados, sin meterse con la patota, a la que rodearon cuidadosamente. Unos minutos después, cuando todo el grupo atacante regresó, Daniel González (el hombre del cuello ortopédico) lo llevó al hospital Argerich por orden de Pablo Díaz, que había consultado con otra persona por teléfono o radio (el Gallego Fernández, según indican los cruces telefónicos).

Díaz contó que también fue con ellos otro individuo, cuya descripción coincide con el patotero Uño, aunque su memoria le jugó un truco: como seguramente asoció ese apellido a la mano cuando lo oyó en la guardia del hospital, lo que recuerda es "Garra"... En el Argerich, la guardia estaba desbordada (habían ingresado Mariano, Elsa, Nelson y otros heridos), de manera que González volvió a consultarpor teléfono, y los llevó al médico de la empresa y luego fue a la obra social. En ese camino, Daniel González les dijo que no hablaran con nadie de lo ocurrido, porque "se pudrió todo".

Díaz dijo que, en los días siguientes, de licencia por indicación del médico de UGOFE, se fue preocupando a medida que vio por televisión el alcance del hecho en el que había participado. Por eso, cuando lo llamó Germán Aguirre, un empleado que había sido intergante de la comisión de relamos de la UF, pero ahora quería armar una lista opositora, confió en él porque no respondía a la línea oficial, y le permitió que pasara su teléfono a la policía, que poco despues lo contactó para llevarlo a declarar en la fiscalía.

Más importantes que las precisiones sobre el ataque, fueron algunas definiciones sobre el funcionamiento de la burocracia sindical de los ferrocarriles:

"Todas las decisiones había que consultarlas con Pablo, arriba de él estaba el Gallego Fernández, el último escalón del Roca, y el nexo con Independencia", dijo, aludiendo a Independencia 2880, sede de la Unión Ferroviaria.

"El sindicato le dice a la empresa a quiénes hay que desafectar para ir a las movilizaciones de la UF. El que maneja los ingresos y dice quién entra a trabajar en la empresa es el gremio".

"Yo me afilié porque hace unos años corrió la bola de que iban a despedir a los no afiliados".

"A los delegados no los eligen los tabajadores, los pone el gremio, y la mayoría de las veces hubo lista única".

"Los tercerizados reclamaban que a igualdad de trabajo se diera igualdad de sueldo, y el pase a planta permanente. Se decía que ganaban muchísimo menos".

Finalmente, ya por la tade, el testigo vio los vdeos policiales y periodísticos del 20 de octubre de 2010 y señaló a quienes pudo reconocer.

Después, la defensa del imputado Gabriel Sánchez, (a) El Payaso, solicitó un careo entre su cliente y Díaz, que, en los términos que fue planteado, fue rechazado por el tribunal. Sánchez intentó, entonces, una mini declaración testimonial, sin preguntas más que las del tribunal, para "contar su verdad". Se limitó a negar que tuviera un arma, y a tratar de desacreditar al testigo.

Para cerrar la jornada, declaró el comisario Jorge Omar Antoniuk, que era el jefe de la División Central Operativa de Video en octubre de 2010 y que complicó a los policías, espec ialmente al comisario Ferreyra y al cabo Villalba.

martes, 4 de septiembre de 2012

Día 12: "Nosotros la empezamos", dijo el "arrepentido" de la patota. (04/09)

Con un marco de inusuales medidas de seguridad, el 4 de septiembre prestó declaración testimonial quien llamaremos AJ, un empleado de UGOFE y afiliado de la Unión Ferroviaria que el mismo día del hecho decidió contar lo que vio y oyó en Barracas el 20 de octubre de 2010, cuando fue convocado para integrar el grupo de choque que, en sus propias palabras, "debía evitar que los zurdos cortaran las vías".
La sala de audiencias permaneció cerrada hasta pasadas las 10 de la mañana. Con un rigurosísimo control del personal de prefectura a cargo de la seguridad del juicio, se fue dejando pasar sólo dos letrados por cada defensa y cada querella, que ocuparon sólo la mitad derecha de la sala, quedando el lado izquierdo vacío. No se admitió público ni prensa, y los imputados ocuparon el sector detrás del blindex. El presidente del tribunal informó que, para resguardar al testigo, quedaba prohibido utilizar computadoras, notebooks, tablets, celulares o cualquier otro dispositivo electrónico, y que no se permitiría a las partes y letrados salir mientras durara el testimonio (de hecho, habilitaron el uso del pequeño toilette anexo a la sala, previsto sólo para los jueces, para que no saliéramos del recinto ni para ir al baño).
AJ, con gorra de visera, anteojos y barba y bigotes postizos para disimular sus facciones, ingresó cerca de las 11:30, después que se plantearan todas las previsibles quejas derivadas de la peculiaridad de la audiencia, que fueron rechazadas por el tribunal con el argumento de que, de no hacerse las cosas de esa manera, el testigo, en lugar de concurrir personalmente, declararía por videoconferencia.
Relató que fue convocado por teléfono por un hombre del gremio, el "Tano" Carnevale, parar ir a la estación Avellaneda "para impedir que los zurdos cortaran la vía". Se tomó el tren hasta la estación Yrigoyen, y desde ahí caminó hacia el puente Bosch, donde ya estaba un grupo importante de integrantes de la Unión Ferroviaria, dirigidos por Pablo Díaz. Reconoció, entre otros, a González y Sánchez, dos de los imputados. éstos ya estaban abajo de las vías, por lo que bajó el terraplén y se les sumó. Vio llegar un grupo de personas que no le parecieron ferroviarios, que a los gritos instaban a ir a "sacar a la mierda a estos zurdos", entre los que estaba quien luego vería disparar un revólver e identificó en las filmaciones, y que resultó ser Cristian "Harry" Favale.
En forma coincidente con los relatos que hicieron los damnificados en jornadas anteriores, aseguró que "los otros muchachos", es decir, los tercerizados y sus acompañantes de las organizaciones, estaban lejos, a más de 200 metros, y ya se estaban yendo, cuando "los nuestros la empezaron", corriendo por la calle para atacarlos. "Hubo dos o tres corridas de ida y vuelta", dijo. "En la última, a unos diez metros en diagonal, vi a uno que disparaba 4 o 5 veces un revólver. Después empezó a gritar que se le trabó, y salimos todos corriendo de vuelta para el lado de las vías. Pablo Díaz le dijo al que había tirado 'sacá los fierros", pero el otro contestó 'no traje mucho'".
Recordó que, cuando retrocedían, vio un camión hidrante de la policía que llegaba por una calle lateral, que les pasó por al lado y cerró el paso a los dos o tres manifestantes que los perseguían. También relató el momento en que, antes de los disparos, dos o tres de sus compañeros amenazaron a los periodistas de C5N. En el video que, pese al apriete, logró captar el camarógrafo, se ve al testigo AJ observando de lejos la escena.
Luego, cuando ya estaban resguardados bajo el puente, detrás de la policía, escuchó al mismo tirador decir "Viste ese zurdo, el gil de la gomera, le agujereé la panza". En ese momento sonó el celular de Pablo Díaz, que habló unos segundos, y al cortar dio la orden de retirarse, porque "Dice el Gallego que nos tenemos que ir", en referencia al segundo de Pedraza, Fernández.
Sobre el ataque, destacó que le llamó la atención que esos "muchachos" (en referencia a los manifestantes), se habían ordenado en una hilera cuando los acometieron por última vez, "como resguardando a los demás que estaban más atrás, y no se movían de lugar a pesar que les tiraban de todo". Después de los disparos ese cordón se dispersó, y algunos los salieron a correr.
Cuando se le preguntó si alguna vez, con anterioridad, había visto personas vinculadas a la Unión Ferroviaria armadas, respondió que hay sectores enteros, como Encomiendas o el edificio de Hornos 14, donde es frecuente ver individuos armados que figuran como empleados de UGOFE, cuya única función es estar disponibles para cuando los llaman para cumplir alguna "tarea", tanto de UGOFE como de Ferrobaires. Mencionó varios nombres y apodos de quienes dirigen estos arsenales, como el "Beto" Saldaña, que vive en una casa ferroviaria bajo la vía en la estación Yrigoyen, aunque nunca supo si para este hecho concreto aportó las armas.
Finalmente, explicó que es empleado de UGOFE desde 1995, que se afilió al gremio porque necesitaba un crédito, y que respondió a la convocatoria y corrió con la patota porque necesitaba que lo vieran, que supieran que estaba presente para quedar bien, porque quería que la Unión Ferroviaria hiciera entrar a su mujer y otro familiar en la empresa. Contó , también, que unas dos horas después de llegar a su casa el día del hecho lo fue a ver un amigo con contactos en la intendencia de Quilmes porque "construye casas para el gobierno, planes de vivienda", que lo había reconocido en las imágenes que ya se transmitían por TV, para decirle que tenía que presentarse a declarar cuanto sabía. Así, le hizo una cita con el intendente Francisco "Barba" Gutiérrez, que lo llevó a hablar con el ministro de Justicia, luego de lo cual declaró en la fiscalía.
Después de exhibir nuevamente los videos de C5N y de la policía federal, donde volvió a reconocerse a sí mismo y a las personas que mencionó, terminó el testimonio, ya cerca de las cuatro de la tarde.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Día 11 - "No es un policía, es toda la institución... la que tiene amnesia" (03/09)

El primer testigo que tenía que declarar en la jornada de hoy, es prueba viviente de que, como lo señala hace décadas nuestra consigna histórica, "no es un policía, es toda la institución". Porque el policía, convocado a raíz que fue uno de los que montó guardia en la puerta del edificio de la Avenida Independencia 2880 el 23 de octubre de 2010 para evitar que se retiraran elementos de esa sede de la Unión Ferroviaria, no es otro que Martín Alexis Naredo, el mismo que, tres meses después, le metería una bala en la cabeza al adolescente Jon Camafreitas, a unas pocas cuadras de allí.

Naredo, beneficiado con una falta de mérito "express" por el juzgado de instrucción nº 21, tiene ahora su panorama bastante más ensombrecido, pues, a instancias de nuestra querella, después que las pericias demostraron que fusiló a Jon con el arma apoyada en su cabeza y cuando el pibe estaba agachado, el fiscal pidió su procesamiento. Nos quedamos con las ganas de verle la cara, porque Naredo, junto a otra media docena de intrascendentes testigos policías, fue desistido por la fiscalía.
Luego transitaron dos nuevos especímenes del "no-me-acuerdo" policial. Primero, el subinspector Víctor Marcelo Apaza, que intervino en un par de allanamientos, como el del edificio de la UF y una de las cooperativas vinculadas, y también llegó a la lujosa torre de Puerto Madero para efectivizar la detención de José Ángel Pedraza. Luego, Liliana Noemí Gómez, que lo único que supo decir fue su nombre, grado, y la comisaría en la que revista...

Por la tarde, cambiamos del azul al verde, porque vino el cabo Jorge Andrés Tejada, de la gendarmería, que pertenece a la UESPROJUD, la Unidad Especial de Procedimientos Judiciales, la dependencia que administra las bases de datos del sistema de espionaje a las organizaciones populares llamado Proyecto X. Parece que el virus de la desmemoria no respeta colores de uniforme, porque también el gendarme resultó atacado. Se acordaba que fue a los talleres ferroviarios de Escalada a hacer inteligencia, pero no con quién habló, qué le dijeron o si obtuvo algún dato... Un vacuna anti-amnesia ahi!

Una jornada, en resumidas cuentas, olvidable.